a pie de calle

Bogavante por glóbulos rojos

El enfermero Gabriel pincha a la joven Clara mientras las tapitas la esperan, ayer en el hospital de Sant Pau.

El enfermero Gabriel pincha a la joven Clara mientras las tapitas la esperan, ayer en el hospital de Sant Pau.

EDWIN Winkels

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Sangre de sibarita. Primera pregunta: ¿de dónde viene sibarita? Pues, en Italia hay una ciudad llamada Síbari, fundada por los griegos en Calabria siete siglos antes de Cristo. Pronto, sus habitantes, los sibaritas, adquirieron fama por su pereza y su amor casi decadente por el lujo.

Y ¿sangre de sibarita? Es el nombre llamativo de una campaña ideada por una fundación catalana, The Love Comes (El Amor Llega), que pretende «convertir el consumo, el ocio y el estilo de vida de la sociedad actual en nuevas vías de colaboración social». Una es donar sangre. Que no necesariamente sea de sibarita. Luego habrá otras campañas. Sangre de deportista. O sangre de lector, en el que se regalará un libro a cada donante. Y ya hubo artistas con sangre, músicos, el cómic, el Barça. Todos porque Barcelona tiene sangre, el nombre global de la campaña.

Pero ninguno ha tenido tanto éxito como el de los dos últimos días, cuando en el luminoso hospital de Sant Pau el anzuelo llevaba unas tapitas michelin, obra de Fermí Puig. Del Drolma a un banco de sangre: medio litro de glóbulos rojos, plasma y plaquetas por un snack de conejo con prunas, un sándwich de bogavante y tinta de calamar, una tostada con olivada y un pastelito con zumo de limón. Y eso que solo le habían pedido a Fermí que sus platitos llevasen al menos hidratos, proteínas y un poco de azúcar. Seguirán, en las próximas semanas, otros, como los hermanos Roca, Ferran Adrià, Ada Perallada y el mejor pizzero del mundo, Fabián Martin.

Un familiar enfermo

3 Éxito garantizado. Estos dos días, Sant Pau ha multiplicado casi por cinco el número de donantes. Normalmente, en un día suelen venir 35 personas. Ahora han pasado de 150. Aunque la mayoría ya solía venir, son habituales. Un 45% lo suele hacer por solidaridad, un 20% porque tiene un familiar enfermo. Un hombre baja con su nieto, que está ingresado por leucemia. El niño no puede donar -hay que ser mayor de 18 años y, entre otras cosas, no haber tenido nunca una enfermedad como el cáncer-, pero el abuelo sí. Baja un padre primerizo; su mujer acaba de dar a luz y le han tenido que poner una transfusión. Y así hay 1.000 personas cada día en Catalunya que donan su sangre, de la que la universal, la O, es la más solicitada.

«Donar sangre siempre vale la pena», ha escrito alguien en el libro de visitas que hay para esta ocasión especial, en la que otros elogian el «aperitivo de reyes» y el «trato 10», como el del enfermero Gabriel a la joven Clara. Paciencia y simpatía transforman a la temida aguja en un tubito blando por donde fluye el altruismo teñido de rojo.

Hoy, vuelve a haber solo galletas y un zumito de tetrabrik para reponerse, pero da igual. «La sangre me ha salvado la vida», es otro mensaje. El banco de sangre tiene reserva para solo cuatro días; es justito, siempre pasa después de agosto. De ahí estas campañas. Quieren, además, que vaya más gente joven. Sibaritas, lectores, deportistas. Lo que sea.