Gente corriente

Eusebio Fernández: «Estaba en el puente, con una pierna en el aire, y...»

Dibujante. Contable, jubilado desde hace 28 años, se le suele ver por Gràcia haciendo caricaturas de las personas.

Eusebio Fernández

Eusebio Fernández

MAURICIO BERNAL

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–El día que lo jubilaron.

–Ese mismo.

–Intentó matarse.

–Sí.

–...

–...

–¿Qué pasó?

–Pues mira, me dijeron que me jubilaban... yo era contable. Y pensé: «Hostia, ahora no voy a hacer nada», y me fui al puente de Vallcarca.

–A saltar.

–Era lo más a mano.

–¿Y?

–Pues que cuando ya tenía una pierna en el aire, y estaba a punto de volcar la otra, pensé: «¡Pero qué haces, burro...! ¡Si tú sabes pintar! ¡Pinta!» Y de esa forma me salvé.

–Por la pintura.

–Sí, bueno... dibujos. El que pintaba era mi abuelo.

–Eso, los dibujos. En resumen: va a Vallcarca, recapacita, coge los lápices y se pone a pintar, ¿no?

Por toda respuesta Eusebio sonríe, se mete la mano al bolsillo y saca un puñado de crayolas; verdes, rojas, amarillas. En la terraza de Rius i Taulet, que él, porque es de Gràcia de toda la vida, conoce como plaza de la Vila, no pasa mucho tiempo sin que se acerque alguien a saludar, o sin que alguien lo reconozca desde lejos, y eleve al cielo un grito que repercute como un sonsonete familiar: «¡Eusebiooooooooo!» Porque aquí, en Gràcia, a Eusebio todos lo conocen.

–Déjame hacer la cara tuya, ¿si?

–¿Ahora? Mejor después, ¿no? Cuando acabemos. ¿Cuándo fue eso? ¿Lo de Vallcarca?

–Eso fue cuando yo tenía 59 años. Y ahora tengo 87. Calcula.

–¿Treinta años haciendo dibujos?

–Treinta años y 4.000 dibujos.

–¿Los cuenta?

–Ajá.

–Y los vende...

–A un euro.

–Y siempre en Gràcia.

–No, no siempre. En tiempos de Franco me tocó hacer la mili, y tuve que ir...

–No, no... no me refería a eso.

–¿Y entonces?

–No, está bien. Franco, la mili...

–Sí, me tocó hacer la mili. Y ojo, que en mi casa se gritaba viva Macià. ¡Viva Francesc Macià! Fueron tres años de mili, uno en Mataró y dos en el valle de Arán. Persiguiendo maquis...

–¿Usted?

–¿Y qué iba a hacer? Te daban seis granadas, me acuerdo, y como yo no quería usarlas apenas llegamos las metí en un pozo, las tiré, las dejé caer. Pero el sargento me preguntó, me dijo que dónde estaban las granadas, y yo le dije que se me habían caído, y él me dijo que no mintiera, que las había tirado, que me iba a arrestar, y yo que no, sargento, que no... Ocho días en el calabozo.

–Persiguiendo maquis. ¿Atrapó alguno?

–Qué va. Me atraparon ellos a mí. Me cogieron, me llevaron a una cabaña y me tuvieron ahí tres días. No me trataron mal. Me decían que debía ir contra Franco, y yo les decía que estaba en una posición que no podía hacer nada. Al final me soltaron, sin más. Aunque, espere... ¿ve esto?

–Una cicatriz.

–Un balazo. Esos hijos de puta... ¿Ahora sí? ¿Te puedo pintar la cara?

–Está bien.

Eusebio suele pasear por Gràcia con una carpeta bajo el brazo, llena de papeles que incluyen recortes de prensa, facturas, un buen puñado de dibujos y cuartillas en blanco. Para hacer un retrato saca las crayolas y un bolígrafo azul que manipula como si matara el papel, mirando fijamente a su modelo y entregando, al cabo de dos, tres minutos, una interpretación muy libre. Muy suya.

–Ya está.

–Cuatro mil uno.

–Eso. Y por favor no vayas a decir lo de que son como hijos.

–No iba a hacerlo. ¿Tiene?

–Qué cosa.

–Hijos.

–Tengo dos. Eusebio, profesor de música, y una hija que se llama Gemma, que es dependienta de un arbolario pero que en realidad canta jazz. En locales. Tiene una canción muy bonita, una que dice:I love you, I love you, thanks to you, darling, together.

–Familia de artistas.

–Yo también canto. Y toco el piano. Tengo en casa un órgano y lo toco por las mañanas. A mi mujer le gusta.