La memoria, en sentido general, es una importante función del cerebro y, a su vez, es un proceso que nos permite catalogar y almacenar para, posteriormente, recuperar la información o las experiencias que hayamos guardado en nuestra cabeza. La memoria parece ser que surge a través de las conexiones neuronales y que, a lo largo de la vida, éstas van creando una serie de redes, de modo que algunos de los recuerdos guardados en ella mantienen relativa estabilidad, aunque el tiempo transcurra.

Sin embargo, profundizando más en la idea de este cometido de nuestro cerebro, nos encontramos con que disponemos de diversos tipos, o clases, de memoria. A saber, tenemos la memoria a largo plazo, la memoria de trabajo y la memoria a corto plazo. Esta última es la que nos interesa si de productividad personal o de cómo gestionar nuestros compromisos de forma efectiva se trata.

La memoria a corto plazo, también conocida como «memoria primaria» o «memoria activa», es la facultad que tiene nuestro cerebro para mantener en mente de manera activa una pequeña cantidad de información. Pero tiene otra característica, aunque choca frontalmente con el concepto tradicional que tenemos de memoria: lo que guardamos mediante esta capacidad se encuentra disponible para la persona de manera inmediata, pero solamente durante un corto periodo de tiempo, y esto es así porque tiene un espacio limitado para almacenamiento.

Una cabeza sin memoria es como una fortaleza sin guarnición” Napoleón.

La duración de la memoria a corto plazo ha sido estudiada, y se estima en tan solo varios segundos. Y respecto a su capacidad, está comúnmente aceptada la cifra de 7 ± 2 elementos, si bien este número depende simplemente de la capacidad que tenga cada persona y del entrenamiento que haya realizado para mejorarla a lo largo de su vida. Por el contrario, la memoria a largo plazo almacena de forma indefinida una cantidad de información que, se supone, puede ser ilimitada o, al menos, a día de hoy este extremo se desconoce.

Para poder entender en este artículo la relación de la memoria con la productividad, diremos que la memoria a corto plazo entra en funcionamiento de modo automático cada vez que aparece algo nuevo en la cabeza: una gestión que realizar, una idea, una llamada, un correo electrónico, un informe, etc., y ella misma es la que decide si hay que hacer algo con respecto a lo que acaba de llegar. Este nuevo compromiso no pasa a la memoria a largo plazo, sino que se queda en esa especie de antesala que es la memoria primaria o activa.  De esta forma, el cerebro ayuda a retener la información inicial para que se le pueda dar un sentido posterior en la mente.

Sin embargo, si este sentido tan necesario no se produce de manera inmediata, proceder así acarrea dos importantes inconvenientes pues, por un lado, se encuentra el límite en cuanto a su capacidad y, por otro, que apenas se cambie el foco de atención, ese contenido desaparecerá de esta memoria, sin que la voluntad pueda hacer nada para retenerlo. Por el contrario, si sobre ese nuevo ítem que acaba de llegar, el cerebro lo ha entendido y procesado en su conjunto, se transferirá adecuadamente a la memoria a largo plazo y se memorizará pues, de lo contrario, se perderá.

La memoria es como una red: uno la encuentra llena de peces al sacarla del arroyo, pero a través de ella pasaron cientos de kilómetros de agua sin dejar rastro” Oliver Wendell Holmes.

Esta memoria es un sistema surgido a través de la evolución para cubrir las necesidades del ser humano. A partir del mismo, la persona es capaz de digerir mentalmente la información que obtiene de su relación directa con el mundo que le rodea. Y este “programa” permite mantener lo que ha llamado la atención al cerebro durante una media que oscila entre los 15 y los 30 segundos para que, después, según vayan llegando nuevas cosas y se llegue al límite de almacenamiento, se olvide.

Si con esta capacidad y estas limitaciones el hombre ha llegado hasta nuestros días, probablemente ha sido porque este diseño de la mente le resultaba efectivo y daba solución a los problemas que cada día se le presentaban. Seguramente no tendría la necesidad de procesar la ingente cantidad de información que se nos presenta de continuo hoy en día.

Porque, en la actualidad, la naturaleza de nuestro entorno de trabajo ha cambiado sustancialmente en un corto periodo de tiempo de más o menos 15 años, los cuales no representan nada para la evolución el hombre, lo que supone que nuestra memoria a corto plazo no ha tenido tiempo de evolucionar para adaptarse a un entorno actual tan cambiante.

Como consecuencia las personas que carecen de los hábitos adquiridos necesarios para gestionar fuera de la cabeza todos esos inputs que contantemente les llegan, se encuentran con la situación de que su cabeza esta sobrecargada de compromisos que no dominan porque se les olvidan constantemente.

Lo que está fuera de tu vista, pronto estará fuera de tu entendimiento” Tomás de Kempis.

Y el resultado será que la serenidad y la capacidad de concentración habrán dejado paso al estrés, a la ansiedad y a estar reaccionando continuamente a lo último que ha llegado, lo que hace pagar un alto precio en salud, a quien lo sufre. Pero la falta de productividad será el segundo pago que habrá que realizar como consecuencia de la naturaleza de nuestra mente y de las características que tiene la memoria a corto plazo, que llevará por el camino de la mala gestión de los compromisos, sino se toman medidas para que éstos, en vez de estar perdiéndose por nuestra cabeza, pasen a ocupar un espacio en un registro externo a ella.

Basta, para mejorar esta situación, con tener el hábito de depositar, de apuntar, de recopilar, se le puede llamar como se quiera, en un soporte físico fuera de nuestra cabeza, es decir, en un papel, o en una aplicación informática o en cualquier soporte que nos lo permita, cada cosa que llame nuestra atención y sobre la que tengamos que decidir o hacer algo.

Por ello, actualmente resulta más necesario aprender a utilizar de forma eficiente los recursos que nos da la memoria a corto plazo que tratar de aumentar su capacidad. Saber y tener identificadas las cosas que nos distraen para evitar sus consecuencias, adquirir los hábitos para librarse de los olvidos, mantener una organización que optimice la utilización de toda nuestra capacidad mental, etc., resulta mucho más práctico que tratar de aumentar la capacidad de un sistema que, de todas formas, aún no se conoce del todo. Porque, aunque la ciencia está muy avanzada en este campo, en realidad nos hallamos muy lejos de comprender cómo se guardan las cosas en la cabeza.

 

 

José Ignacio Azkue