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Recuperación sin empleo: España crece a dos velocidades dejando atrás a millones de parados

Hasta 1,9 millones de personas no trabajaron en el último año.

Belén Carreño

Una W. Esta es la letra que representa la crisis económica de la economía española. El país pinchó su burbuja en 2008, con una caída precipitada de la economía y la destrucción de millones de empleos. Hubo un amago de recuperación, pero la crisis de deuda de 2010 y las restricciones fiscales volvieron a tumbar la economía que crece a buen ritmo desde 2014. El segundo vértice de la W ha alcanzado ya el mismo nivel que en 2008, con una economía que produce por el mismo valor que hace diez años.

Pero hablar de que el país se ha recuperado, sería obviar que la tasa de paro de casi el 19% y al menos 4,2 millones de parados, según la EPA.

Elegir una letra del abecedario que represente la evolución del paro es complicado. Una U, en la que el desempleo repta largo tiempo estancado. Una L, donde no se ve su fin. Para muchos empleados, será una intrincada Z, donde se sale y se entra el desempleo, con contratos cada vez más cortos y más precarios, donde la falta de reciclaje condena a millones de desempleados a ser un caso perdido.

Para explicar este desacoplamiento entre la mejora de la economía y la del empleo, el Gobierno se limita a recordar que la destrucción de empleo en la crisis fue brutal, la mayor de los países afectados, y que una recuperación así lleva su tiempo. Un horizonte temporal que cifra en 2020 o más bien principios de 2021, cuando volverán a trabajar en España más de 20 millones de personas, el techo que se tocó en 2007.

Pero también fue duramente golpeado el tejido productivo que ya se ha recompuesto. La pregunta es casi inevitable: ¿produce España lo mismo con menos?

“Muchas empresas eliminaron los puestos menos productivos”, recuerda Daniel Fuentes Castro, economista de Afi. No fueron solo empresas determinadas, si no un sector completo, la construcción, el que adelgazó hasta la mínima expresión, causando el fuerte impacto en el empleo.

Aunque el ladrillo ha revivido con fuerza ya desde 2016, no lo ha hecho de forma homogénea ni con el mismo brío aún que antes de la crisis. Las grúas vuelven a peinar el cielo de las grandes capitales, pero aún están muy lejos de las cifras récord.

El espacio que dejó la construcción lo fueron ocupando otros sectores hasta volver a tener el mismo tamaño que el globo de la burbuja. Pero en lugar de aire, o ladrillo, ahora está relleno de turismo, exportaciones y actividades con mayor productividad y valor añadido.

“No es la misma economía”, asegura Raymond Torres, director del servicio de estudios de Funcas. Torres cree que los servicios profesionales, la exportación y subsectores como la industria de bienes de equipo están tirando con fuerza pero son menos intensivos en mano de obra y más en tecnología. “Explica en parte esta fase aunque no justifica la falta de recuperación del empleo”, concreta Torres.

Florentino Felgueroso, investigador de Fedea, concuerda que ha subido la productividad de la hora trabajada y del trabajador durante la crisis y que ahora el empleo que crece es el más cualificado.

Salarios bajos

No todas las mejoras pueden atribuirse a la tecnología. El turismo, que está en cifras récord, aportó en 2015 ya un 11,1% de la riqueza de la economía y sigue con unos sueldos muy bajos (los más bajos por sectores, según la estructura salarial para hostelería): 13.977 euros de media por trabajador en 2015, lo mismo que en 2008, cuando la media en toda la economía ha subido un 5,5%.

“El incremento de la riqueza se está repartiendo de forma asimétrica a favor de la remuneración del capital”, concluye Fuentes Castro. “La tasa de paro convierte a los trabajadores en precio aceptantes, y no tienen capacidad de negociar”, recuerda el economista.

El problema es endémico en la estructura salarial, cuyo sueldo común más habitual es de 16.500 euros, algo que Torres cree que conviene cambiar ya para que el incremento de los salarios se alinee con la productividad.

No solo lo opina Torres. El presidente de la patronal, Joan Rosell, ha reconocido que con 800 euros no se puede vivir, y la ministra de Empleo, Fátima Báñez, ha instado a subir los sueldos más bajos. Estas llamadas se están haciendo por parte de los organismos internacionales desde hace varios años.

En una época de bajos tipos de interés y bajos salarios, los empresarios han logrado utilizar estos dos elementos como palanca para disparar la actividad productiva y aumentar sus beneficios. La patronal del turismo, Exceltur, aseguraba ayer que espera crecer su actividad este año un 4,1% (por encima del 3,3% para la economía). Mientras, a las puertas de los hoteles se agolpan 'las kellys' (camareras de piso) que siguen sin ver en sus nóminas los efectos de este boom.

¿Cómo convencer a los empresarios de que suban sueldos si hay millones de personas aún en paro? “Hay que buscar incentivos como el interés mutuo”, apunta Torres al estilo fordiano en el que el empresario entiende que mejorar los salarios termina repercutiendo en que se consuma más.

Felgueroso advierte además de que los datos de empleo son preocupantes porque estamos asistiendo a un “deterioro de la calidad del empleo” que no recogen las estadísticas. “Se genera empleo pero es de tan corta duración que la Encuesta de Población Activa no llega ni a recogerlo. Con los indicadores tradicionales es difícil en realidad que podamos captar este empleo que se crea”, asegura Felgueroso.

Para este investigador, el empleo está cambiando a gran velocidad y la economía digital está produciendo a mayor ritmo contratos “bajo demanda”, lo que los sindicalistas llaman “de usar y tirar”.

Un colectivo excluido de la sociedad

La fórmula para lanzar el empleo pasa por buscar cómo lograr que los empleados de larga duración y los otros colectivos vulnerables (mayores de 55 años o jóvenes sin formación) puedan reciclarse y acceder a un empleo. En un país que crece a ritmos del 3,3% según los principales economistas, hay más de un millón de personas registradas en el paro que no reciben ya ninguna prestación, una cifra que se dispara aún más si tomamos como base los datos de la EPA.

Más de 1,9 millones de personas tuvieron hace más de un año su último empleo, un colectivo que no sabe de la mejora económica y que cada vez se está quedando más excluido del resto de la sociedad.

Para Fuentes Castro, “hemos tocado hueso” con la estrategia de low cost y hay que invertir en las fuentes de verdadera productividad, como la educación, la innovación y el posicionamiento en gamas altas. El economista recuerda que son de naturaleza estructural y por lo tanto caras, y en las que el papel del sector público es fundamental. Torres está muy de acuerdo y apuesta por las políticas activas de empleo para sacar a estas bolsas de exclusión laboral de su letargo y por renovar capital productivo.

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