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Opinión

11 de Enero de 2013

La hija del casero

Esta mañana, el Tribunal Oral de lo Penal de Puente Alto decidió absolver a Karina Sepúlveda, la mujer que mató a su marido mientras dormía después de recibir maltratos físicos y psicológicos por 18 años. En un fallo histórico, el tribunal argumentó que Karina actuó en un Estado de Necesidad Exculpante, un argumento de la ley de femicidio por primera vez ocupado en Chile. Esta tarde saldrá libre si la fiscalía no apela. Acá una columna que explica en parte lo sucedido.

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Por Tatiana Hernández C.*

Desde niña acompañé a mi madre a comprar a la feria. Era lejos uno de los mejores panoramas del fin de semana, porque los colores y olores de las frutas y verduras despertaban y daban placer a varios de mis sentidos. Además era el punto de encuentro con los y las vecinas, escuchaba cómo mi madre se ponía al día de lo que sucedía en nuestra comunidad. Me hacía muy feliz cuando mis caseros y caseras me llamaban a sus puestos para regalarme la fruta de la estación, la que yo probaba independientemente del reproche posterior de mi madre porque la fruta no estaba lavada.
Nunca supe, hasta hace algunos años, los nombres de mis caseros y caseras, y para ellos/as yo era su “caserita”. Aquella que vieron crecer y se alegraron cuando entró a la universidad, a pesar que no entendieron mucho qué aporte era una socióloga para el país.

Ellos y ellas conocen muy bien mis gustos: saben que amo las paltas, las berenjenas y la albahaca. Que compro kilos y kilos de naranjas para hacer mi mermelada favorita. Ellos saben mucho más de mí que muchos de mis cercanos.
El 18 de octubre del 2011 me remeció ver en las noticias el caso de una mujer de mi misma edad que mató a su ex pareja, quien la torturó durante los 18 años que estuvieron juntos. La noticia terminó de golpearme cuando vi a uno de mis caseros hablando del maltrato que su hija había vivido por años.

Por primera vez supe que el casero de los porotos verdes y arvejas se llamaba Daniel y que su hija –la parricida- Karina era la madre de una preciosa niña que una vez me dijo “caserita, lleve limones, están jugositos”.

Fui como todos los sábados a la feria y busqué a mi casero. Lo vi destruido. Le conté que trabajaba en organizaciones que defendían los derechos de las mujeres, en especial el de vivir una vida libre de violencia; que Karina debía quedar libre por legítima defensa y por el miedo insuperable que provocaba su agresor sobre ella, que tuvieran esperanza en que las instituciones de este país funcionaban y que muchas mujeres como Karina hoy estaban libres.
Pero nunca me imaginé que en su rol persecutor, el Estado, a través del fiscal Patricio Vergara, buscaría negar la violencia de pareja brutal que vivió Karina. Nunca pensé que el fiscal sería tan atrevido de ir contra el derecho internacional de los Derechos Humanos de las mujeres, y le diera lo mismo revictimizar a Karina, al punto de decirme en un encuentro que tuve con él, “¡¡Ustedes y sus dogmas de género!!”.

Desde el 3 de enero, he acompañado a Karina en su juicio. Escuché con dolor su testimonio de graves abusos y acciones de sometimiento que su ex pareja ejecutó contra ella. Soy testigo e hice testigo a cientos de mujeres y hombres por tuiter, de cómo el Estado ha revictimizado a Karina y a sus hijos. No hay una sola persona que no se haya conmovido con el relato de Karina e indignado con las acciones del fiscal.

Cuando una mujer ha vivido violencia de pareja de múltiples formas e intensidades durante 18 años, significa que como sociedad hemos fallado. El punto es que es posible reivindicarnos exigiendo justicia para Karina. Esta vez ya no seremos todos los que fallaremos a Karina, será una institución a través de la revictimización de la que está haciendo objeto a Karina, en consecuencia el Estado por no garantizar que esto no ocurra.

A Daniel y Estefanía -mis caseros- vaya todo mi agradecimiento por permitirnos resarcir nuestras acciones como sociedad y limpiar juntos a otras/os las heridas que su hija Karina lleva en su corazón. Tengo la tranquilidad que Karina tiene una familia maravillosa; una comunidad que la quiere, los y las caseras de la feria que la vieron siempre ganándose la vida para mantener a su familia y a su agresor. Sin embargo, todos estos elementos pierden su fuerza si no hay Justicia para Karina. La capacidad de pararse sobre el dolor que ella vivió durante 18 años, y tomarlo como una experiencia fortalecedora, dependerá si el Estado define continuar con la revictimización o aceptar que Karina fue víctima de violencia de pareja y que merece justicia.

* Socióloga, Observatorio de Género y Equidad.

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