Profesor de Teoría de la Ciencia en la Universidad de Lisboa, desde que en 2001 publicase su primer texto, Tavares se ha convertido en un referente de la creación literaria. En ese sentido son determinantes las palabras que en su día le brindó Saramago: “Ganará el Premio Nobel en menos de treinta años. Estoy convencido. No tiene derecho a escribir tan bien… Dan ganas de pegarle”.

Nada afectado, “escribo por pura necesidad orgánica, no porque haya lectores. Si nadie me leyese, seguiría escribiendo” –declara quien ha sido ya publicado en más de 45 países–, sin embargo, y como sin quererlo, adosa una carga de profundidad en cada una de sus frases. “Leer no es un pasatiempo. Es un espacio de humanidad y de reflexión que requiere un esfuerzo”, “la escritura y la publicación son dos mundos muy distintos” o “la lógica de la cultura no tiene nada que ver con la retribución inmediata” o aquello de que “Europa está retrocediendo, perdiendo algunas leyes humanistas que va a costar mucho recuperar o acaso no se recuperen nunca”.

Huyendo de compartimentos estancos y sin saber autodefinirse porque siente que «todo está mezclado en el hombre: la narrativa, la filosofía, el arte, la poesía, la historia…», Gonzalo M. Tavares deja claro en su discurso que la escritura marca la razón de su vida y que la lectura es el alimento que prefiere.

¿Por qué en verso Un viaje a la India, su última novela?

Tenía la idea de recuperar géneros literarios ya pasados. «¿Por qué no rescatar la epopeya como género, pero de otra forma?», me preguntaba. La estructura inicial era en cierta forma un homenaje a Os Lusíadas, de Camões, considerando el mismo número de cantos, etc. Pero, claro, era imposible escribir una epopeya de la misma forma, porque la epopeya del siglo XX es en cierto sentido una microepopeya, pues ya no tenemos los héroes clásicos. El héroe de Un viaje a la India es un microhéroe particular, ya que es un criminal. Es un hombre aparentemente normal que intenta huir de un crimen, pero con todos los cambios que el tiempo instaura, quise darle el aire de aquellos grandes relatos.

Repite usted que la libertad es fundamental a la hora de escribir, ¿en qué sentido?

A la hora de escribir me agrada la idea de que tienes una gran, gran, gran libertad. Escribo de una forma muy intuitiva. Cuando estoy escribiendo no pienso, para mí es algo muy físico. Puede parecer paradójico pero para mí escribir no es un acto intelectual, es puramente físico. Lo puedo hacer durante tres o cuatro horas seguidas sin mirar lo que he escrito. Lo hago después. Habitualmente cuando acabo un texto, un libro, lo dejo aparcado y años después regreso a él para corregir, cortar y emitir un juicio crítico.

¿Ha sido así también con Un viaje a la India?

Sí. La materia bruta de este libro la acabé en el año 2003 y hasta 2010, siete años después, no fue publicado. Guardo durante años el texto que será libro y voy regresando a él para limar cosas, eliminar otras… haciendo un trabajo de concreción. El resultado final de cualquiera de mis libros es consecuencia de haber tirado a la basura muchas cosas. Me cuesta mucho menos escribir que eliminar y corregir. Si puedo decir algo en cinco palabras en lugar de en quince, prefiero hacerlo en cinco. Defiendo la idea de que si, por ejemplo, tengo energía para completar cien metros cuadrados, la concentro en diez, en un metro, a veces en unos pocos centímetros cuadrados. Intento que la misma energía creativa ocupe mucho menos espacio. De esta forma intento que la frase tenga mucha mas potencia. En mi opinión, de esta forma el lector puede hacer el camino inverso y volver a transformar esos centímetros cuadrados en cien metros al desarrollar la frase, pensar y reflexionar sobre lo que está leyendo.

¿Por qué se llama Bloom el protagonista de este viaje?

Obviamente, en principio es un homenaje a James Joyce y a su Ulises, un intento de dibujar un Ulises contemporáneo, pero sobre todo busqué algo sonoro y Bloom, como sonido, me gustaba, porque también me parece un nombre muy lúdico que puede entenderse como un nombre no real y Un viaje a la India es ante todo una ficción. La verdad es que el nombre de los personajes de mis libros son muy aleatorios.

Como ya había hecho usted en obras anteriores, propone distintas formas de leer Un viaje a la India. ¿A qué se refiere?

Me gusta la idea de que puedas abrir el libro por cualquier página y que tenga sentido lo que se lee. Que el lector pueda interrumpir su lectura. Para mí, cualquier lectura tiene dos momentos y el esencial tal vez sea aquel en que no estás encima de las palabras, aquel en el que no estás físicamente leyendo. Cuando suspendes la lectura, levantas la cabeza del texto y estás pensando en algo a partir de lo que acabas de leer. Eso es lo esencial de la lectura para mí. Eso es algo que diferencia claramente la literatura y el cine. Cuando estas viendo una película, la cinta no se detiene, está siempre avanzando y no puedes apartar la vista de la pantalla porque te pierdes. Con la lectura no pasa eso porque la frase siguiente está esperando por ti. Cuando leo lo hago siempre con un lápiz en la mano.

La lectura tiene un tiempo individual muy distinto de otros tiempos, como el de la televisión o el que comentaba del cine. Una persona puede demorarse unas horas, o días, o incluso años en leer un libro que a otra persona le lleva un tiempo completamente distinto. La duración de lectura de un libro es muy personal. Sin embargo, cuando nos dicen que tal película dura una hora y media, se nos está diciendo que durante ese tiempo concreto somos receptores. Por el contrario, la lectura no es una recepción. La lectura no es pasividad, es actividad. La lectura es una actividad que requiere esfuerzo. Yo no soy capaz de leer cuando estoy fatigado. No me gusta nada la idea de que leer es un pasatiempo. No es consumir algo sino un espacio de humanidad, de reflexión, de cambio…

A veces se utiliza como un elogio el hecho de leer de un tirón, pasando una hoja detrás de otra a toda velocidad. Para mí eso no es un elogio. Me gusta la idea de que la lectura obliga a interrumpir la propia lectura. Ojalá el lector de Un viaje a la India tenga que pararse, regresar a otro pasaje, volver a leer lo ya leído o abrir el libro por donde quiera y que ese fragmento le de algo, una idea, que haga que no precise saber lo que venía antes o vendrá después en el texto. Que eso que lee en ese momento tenga sentido en sí mismo. Eso significaría que todo tiene contenido, que todo es materia consistente. La literatura es mucho más que contar una historia. Es algo que tiene que dejar un eco en el lector, un rumor que le acompañe.

Además de huir, el protagonista de Un viaje a la India busca en Oriente reencontrar el amor y la sabiduría. ¿Por qué en la India?

La India es para Portugal un espacio simbólico y Bloom, el protagonista, tiene una idea espiritual de la India. Eso tiene que ver con el concepto de que aquellas son latitudes muy espirituales y que, por el contrario, los occidentales somos muy materialistas. En cierto modo he intentado combatir esa idea. He viajado y llegado a la conclusión de que ese concepto espiritual que admiramos desde Occidente es muchas veces consecuencia de una pobreza material extrema. Lo que admiramos desde aquí a menudo no existiría si las personas no tuviesen hambre.

A menudo y en muchas zonas la única garantía que tienen las madres de que sus hijos van a comer es llevarlos a escuelas y a instituciones religiosas. Vemos a personas aparentemente muy espirituales que surgen de una falta de libertad muy profunda, como es no tener cubiertas las necesidades materiales mínimas. Admiro las creencias, pero cuando son consecuencia de una elección individual libre. Cuando una persona tiene hambre, no tiene libertad para escoger. Debemos admirar la creencia que parte de la libertad.

En ese sentido, se declara usted muy europeísta…

Y me gusta que me den la oportunidad de expresarlo y razonarlo porque Europa es algo muy bien conseguido. Tenemos que luchar, especialmente en los difíciles tiempos que atravesamos, por no perder lo esencial. Desafortunadamente, la crisis ha cambiado algunas leyes importantes y Europa está perdiendo logros sociales y humanísticos importantes. Eso es muy peligroso. Tenemos que defender lo que tenemos, por ejemplo, las constituciones europeas, que son las más nobles del mundo. Todavía me identifico mucho más con las leyes europeas que con las de otros continentes. Hay que tener en cuenta que el hombre es muy semejante en todas partes, lo que cambia son las leyes y las constituciones y, como he dicho, las de Europa son aquellas con las que más me identifico.

Es curioso que siendo usted profesor de Teoría de la Ciencia sus libros estén plagados de conceptos filosóficos, ¿cómo casan ambas vertientes?

No son, ni mucho menos, cuestiones antagónicas. Para mí, el pensamiento, la ciencia, la historia y la narrativa están mezclados. Es artificial decir que ahora voy a narrar, ahora voy a reflexionar, ahora voy a escribir un poema. El teclado del ordenador nos está enseñando mucho porque tiene letras, sin más, y eso es mi material de trabajo. No tiene una A para el pensamiento, ni una A para la poesía, ni otra para la filosofía, es la misma A. Unido a eso, considero artificial la idea de género literario. Todo está mezclado; todo es, en el fondo, lo mismo.

¿Sigue usted escribiendo en cafés y bares?

He escrito mucho en cafeterías. Ahora lo hago más en casa, aunque sigo escribiendo pequeñas cosas en tabernas y cafés. Me gusta mucho el ambiente de los cafés lisboetas porque tienen un rumor particular, no hay silencio pero tampoco escuchas las voces de otras personas. Ese rumor me incita a pensar, a escribir, a sentirme a gusto.

Hablemos de su proyecto de biografiar ficticiamente a escritores…

Es un proyecto interminable. En Portugal y en México se han publicado los 10 primeros de la serie. En cierto modo la idea es hacer una historia de la literatura, pero en ficción. Es la utopía de construir un barrio de escritores, de artistas e intelectuales. Un barrio que intenta resistir a la barbarie. Un barrio en el que se perciban cosas tan obvias como que es mejor leer que no leer o que ser culto no es un problema porque lo que es un problema es ser inculto.

La palabra intelectual es casi como un insulto. Esa idea que defiende que el cine, el teatro, la lectura no son para pensar. Hay una corriente que casi desprecia o pone en ridículo a las personas que leen, que son cultas, etc. Eso es inaceptable. También lo es esa idea actual de que hacer algo humanamente útil es hacer algo que en el momento siguiente tenga una retribución o un retorno monetario. El problema de la lectura es que cuando terminas un libro no has recibido dinero. La cultura no es algo que tenga una retribución inmediata y eso en tiempos económicamente violentos es algo que no se comprende. Es peligrosa la idea de que si lees pierdes el tiempo. Muy peligrosa.

Hay que decir muy alto una obviedad tan palmaria como que la lógica de la cultura, de ver una exposición de un artista, de asistir a una obra de teatro, a una buena película o leer es algo que no tiene que ver con la retribución inmediata. La retribución llegará más tarde y de otra forma que no es económica. En Portugal ya han cerrado salas, grupos de teatro, cines, editoriales, etc. que va a ser muy difícil o imposible que vuelvan a abrir. Es terrible.

Ha ganado usted buen número de premios y, sin embargo, declara que el reconocimiento no le preocupa demasiado, ¿es así?

Escribo por pura necesidad orgánica. Me satisface mucho sentir que tengo esa necesidad porque cuando no escribo estoy inquieto, casi irritado. Escribir no tiene que ver con los lectores. Yo no escribo porque haya lectores, escribo porque tengo necesidad de hacerlo. Entre los dieciocho y los treinta años escribí mucho. Me levantaba muy temprano para escribir libros que nunca vieron la luz pues publiqué mi primer texto a los 31 años.

La escritura y la publicación son para mí dos mundos muy distintos. El tiempo de la escritura y el de la vida pública, que corresponderían a la edición y a la publicación, son dos tiempos muy distintos. Eso me permite tener una cierta distancia en relación con lo exterior. En ese sentido estoy marcado por Séneca y por los estoicos. Es decir, recibes una buena noticia, como es la concesión de un premio, y esa alegría dura un tiempo y luego tienes que volver a tu estado natural. Tu camino no puede depender solo de lo que sucede a tu alrededor. Dicho esto, claro que es muy gratificante que grandes escritores estén atentos a lo que haces y, por supuesto, que te otorguen premios, sobre todo cuando son concedidos por personas que respetas. Eso me da mucha energía.

 

La deslumbrante epopeya de Tavares

En Un viaje a la India se refleja un viaje-viaje, argumenta el propio Tavares: “Antes viajar era muy distinto a lo que es ahora. Hoy el viaje es el destino y antes era también el recorrido hasta llegar a un punto. Antes uno viajaba a lo desconocido y ahora generalmente cuando uno viaja sabe que va a ver lo que ya ha visto muchas veces”.

Un viaje de los de antes –“un viaje horizontal, pero también vertical”– es el que emprende Bloom, el protagonista de Un viaje a la India. Un a modo de Ulises contemporáneo que huye de su Lisboa natal tras cometer un terrible crimen. Su destino es Oriente, la India, donde espera encontrar la sabiduría y reencontrarse consigo mismo. Pero el trayecto es largo y complejo, y en esa deslumbrante epopeya Bloom recalará en Londres, París, Viena y Praga.

Vida pura en estas cuatrocientas y pico páginas estructuradas en diez cantos en los que el lector tiene la oportunidad de trasladarse codo con codo con Bloom en su arriesgada búsqueda.

Un periplo salpicado por la melancolía, la fantasía, el humor y los peligros; por la vida, en definitiva. Porque, recogiendo el sentir del propio Tavares, “vivir tiene que ver con enfrentar los peligros, que es mucho mejor que enfrentarse al tedio, al aburrimiento, a lo de siempre. El tedio es el peligro mayor”.

 

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Un viaje a la India
Gonçalo M. Tavares
Traducción de Rosa Martínez-Alfaro
Seix Barral
427 páginas
19 euros

Fragmento de Un viaje a la India